Juan José Morales ‘Tate’ vuelve a los Escenarios de Sevilla con ‘Romeo (o Julieta dormida)’, un tour de force personal y actoral en que se presenta como un equilibrista sin red. Es probablemente una prueba de que a parir de lo particular se pueden comunicar ideas universales. Hablamos con el dramaturgo, director e intérprete que probablemente estará entre las propuestas más intensas y desgarradoras de la temporada.

– Presentaste ‘Romeo (o Julieta dormida)’ en la Primera Muestra de Teatro con Orgullo, un certamen circunscrito a la temática gay y se vuelve a programar en Teatro Duque-La Imperdible. ¿Supone alguna diferencia para ti presentarlo a uno u otro público? En realidad, no. Soy consciente, desde que lo estrené en octubre de 2015, de que el espectáculo tiene una fuerte llamada al público gay y a personas relacionadas con diferentes realidades sexuales. No tengo ningún complejo con este asunto. En el estreno en Sevilla en el Centro TNT, en el marco de CINTA (Cita de Innovadores Teatrales Andaluces), gran parte del público era gay. Quise que llegara a este público específico porque la obra habla de una relación amorosa entre dos hombres y de cuestiones relacionadas con la homosexualidad, como los patrones heterosexuales aprendidos; este «no saber amar a alguien del mismo sexo» porque todos nuestros patrones (en el cine, en la música, en casa, en la calle…) han sido heterosexuales. Aun así, el espectáculo llega por igual independientemente de la condición sexual, o eso espero.

Cuando empecé a escribir y a estrenar obras que había escrito, tenía el temor de que se me encasillara como escritor sobre la homosexualidad. Ahora, todo lo contrario. Es lo que soy. También puedo hacer otras cosas, pero esto es lo que quiero hacer. Empecé con el complejo y ahora estoy con el Orgullo. En casi todas mis obras los protagonistas son homosexuales, así como en el texto que estoy escribiendo ahora.

Por otra parte está la cuestión del VIH+. La obra habla de eso por encima de todo, en el marco de una relación de juventud. Este fue uno de los principales motivos para hacer el espectáculo: el número de casos de VIH+ en el mundo LGTB es elevadísimo. Gran parte de este colectivo constituye un público real o potencial para el teatro. Sin embargo, hay muy pocos espectáculos que hablen sobre el VIH, prácticamente ninguno. El teatro contemporáneo debería hablar de lo que le ocurren a las personas hoy. Este es mi granito de arena ante la invisibilidad y el silencio del VIH que funciona a modo de lápida en nuestra sociedad.

– Vemos que prescindes del espacio y el tiempo en el espectáculo. ¿Cuál es la finalidad última de este recurso? En principio tomé como punto de partida una dramaturgia post-dramática. No hay conflicto y, por tanto, no hay urgencia ni tiempo. El espacio tampoco es importante. Todo ocurre en mi cabeza y el escenario es un reflejo de mi mente. Elegí esta forma de afrontar la dramaturgia porque la historia real que cuenta fue un poco así, tan breve y tan intensa que el tiempo y el espacio no eran lo importante. Como si se tratase de una fotografía, una estampa. Es curioso cómo el teatro actual se acerca cada vez más al origen del teatro en Grecia. En «Antígona», de Sófocles, toda la trama se cuenta en la primera escena. Esta sociedad está bombardeada por una sucesión de fotografías constantes y efímeras a través de las redes sociales, cada día vemos pasar por delante de nuestros ojos miles de imágenes. Parece que estamos más preparados para dejarnos tocar por los instantes que por historias y tramas con hilos argumentales y giros literarios. El teatro contemporáneo no sólo debería mostrar problemáticas de nuestro tiempo, sino también mostrarlas a la manera de nuestro tiempo.

En «Romeo (o Julieta dormida)» no importa la historia a nivel narrativo, sino puramente teatral. Mi intención era que las palabras provocaran emociones directas en el público, entendiendo el texto como algo plástico, casi visual, no narrativo. Por eso, una de las cosas más interesantes para mí como escritor fue trabajar las palabras por su sonoridad, además de por su significado, dependiendo de la emoción que quería trasmitir en cada momento.

– Te sirves del mítico ‘Romeo y Julieta’ de Shakespeare para contar tu historia ¿es algo que tuviste claro desde el principio? ¿cómo surgió esta idea? «Romeo y Julieta» de Shakespeare es sólo un contexto. La obra cuenta otra historia, la mía. Es cierto que «Romeo y Julieta» es una de mis obras favoritas de juventud. La he leído muchísimo y, como muchos otros actores, de joven soñaba con interpretar a Romeo. Este espectáculo es un compendio de deseos propios, personales y profesionales. Quería contar este episodio de mi vida, y mi cabeza  comenzó a funcionar por sí sola encontrando muchas analogías en la obra de Shakespeare. Por poner sólo un ejemplo, al igual que Romeo, yo también conocí a mi «Julieta» (o Julieto) en una fiesta de carnaval. Durante el espectáculo hay muchos momentos en los que se hace referencia a textos de «Romeo y Julieta» para establecer estas analogías. Y también hay un análisis sobre cómo hemos heredado a través de esta obra universal la unión entre amor y muerte, que en cierto modo es algo terrible. Yo disfruto personalmente reformulando mitos, dándoles tantas vueltas como sea posible y filtrándolos para hacerlos nuevos.

Sólo una aclaración, el 90% del texto es original, de forma que lo que el público va a ver es una historia completamente nueva con reminiscencias del clásico.

– El dolor de la pérdida, las fronteras entre el amor y el sexo parecen estar presentes en esta pieza. ¿Hasta qué punto estamos ante una obra de carácter confesional? ¿Has establecido alguna barrera entre la experiencia personal y lo que pretendes comunicar al público? Esta obra no es una confesión. Me da cierto miedo esa palabra. Es más una declaración, y una defensa. La obra es autobiográfica en un 95%. Hay quienes consideran que no tienen una vida lo suficientemente interesante como para contarla en un escenario. Y no estoy de acuerdo. Al final el teatro siempre es una exageración, o una concentración. Y el escenario una olla exprés. Quise que hubiera momentos en los que pareciese que iba a estallar, y otros en los que jugar con romperme, llegar a mis límites físicos y mis capacidades actorales. Un amigo me dijo, tras el estreno en Sevilla, que tenía que mirarme la parte vocal porque me quedaba ronco, a lo que le respondí que el amor te deja ronco, y mucho más. Juego con eso, me gusta llegar a la rotura, al desgarro. No represento nada, lo presento. Estamos acostumbrados a ver obras donde los actores “se van de rositas”, y sé que esto es un juicio personal. No me interesa la exhibición. Quiero dar al público algo de verdad, con muchas carencias seguro, pero verdad. Hay una frase que se repite entre el público: “me ha encantado, pero no la volveré a ver porque me afecta demasiado”. Esto para mí es un logro.

– Dentro del relato de la experiencia personal que presenta Romeo (o Julieta dormida)’, ¿qué mensaje universal o compartido con el público te gustaría que calara? Me gustaría que se pudiera hablar de ciertos temas en un escenario, como el VIH. Me gustaría contribuir a borrar el estigma social. Al final casi nadie es distinto al resto. Y una historia de amor lo es independientemente del sexo, género o situación sanitaria en la que se encuentren los protagonistas. Yo parto de un hecho absolutamente personal e íntimo. Y este era un miedo, que además expreso en el espectáculo (sic) «la intimidad es intransferible. Como los anuncios de televisión sobre televisores, que nos muestran una espléndida calidad de imagen del televisor que nos pretenden vender, a través de la limitada capacidad de imagen de nuestro televisor». Sin embargo, al final parece que sí que llega, y que el espectáculo cala emocionalmente a un público muy diverso.
Yo quiero contar cosas. Y quiero tocar al público y que le quede algo dentro una vez que vea el espectáculo. Ese es el poder al que creo que aspiramos los que nos dedicamos al teatro.